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Foto del escritorPs. Kike Escobar

El ancla de nuestra alma, la esperanza.

Romanos 4:18-21


El creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia.


Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años, o la esterilidad de la matriz de Sara).


Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido”.


Cuando NO estamos llenos de esperanza, poco a poco comenzamos a ir a la deriva, poniéndonos negativos y desanimándonos. Comienzan a llegar a nuestras mentes palabras pesimistas, “no creo”, “ha pasado mucho tiempo”, “no me voy a recuperar”, “me voy a quedar sol@”, en fin, la batalla arrecia en la mente y el problema está en que, NO hemos bajado el ancla de la esperanza y vamos a la deriva.


Cuando estamos anclados a la esperanza, podemos tener circunstancias adversas y no estar preocupados, ya que sabemos que nuestro amado Padre Celestial pelea nuestras batallas. Probablemente no veamos la manera en que nuestros sueños puedan hacerse realidad, sin embargo, no nos rendimos. Sabemos que Dios está tras bastidores arreglando las cosas a nuestro favor.


Estar anclado a la esperanza no significa que no tendremos dificultades, significa que cuando esas dificultades vengan, ya no iremos a la deriva. Nada nos moverá. Vendrán olas y mareas fuertes, sin embargo, nuestra esperanza estará en el Señor.


Si no tenemos el ancla de la esperanza abajo, las corrientes normales de la vida van hacernos alejar de nuestro propósito. Muchas veces no se requiere de una enfermedad importante, una separación, un despido, una perdida, para alejarnos; simplemente la vida diaria lo hace. Lo más probable, es que estemos a la deriva en lugares tenebrosos y no lo sepamos, lentamente nos hemos alejado de nuestro plan de vida y estamos vagando sin rumbo alguno.


Cuando dejamos de creer, cuando perdemos la pasión, cuando la duda invade nuestras mentes. Seguramente vamos a la deriva, hemos permitido que una circunstancia adversa nos afecte y nos aleje hacia la amargura, hacia las aguas de la preocupación. Cuando esto sucede, perdemos la paz y la incertidumbre nos llena de angustia. Las buenas noticias son que podemos volver a donde se supone deberíamos estar. Podemos bajar el ancla de la esperanza y comenzar a creer de nuevo, a tener fe y esperar la bondad y las bendiciones de Dios.


La vida es demasiado corta para que la pasemos a la deriva, negativos, desalentados y sin pasión. Debemos levantar el ancla de nuestra alma, la esperanza. Si no tenemos una expectativa en nuestros espíritus de que algo bueno viene, limitaremos lo que Dios puede hacer. Debemos avivar la esperanza en nuestras vidas. Si no lo hacemos, iremos a la deriva en un mar de preocupaciones y desánimo.


Tenemos un enemigo que está tratando de evitar que lleguemos a nuestro destino, a nuestro propósito de vida. Las fuerzas que están a nuestro favor son más fuertes que las que están en nuestra contra. No permitamos que nada de lo que nos suceda, grande o pequeño, nos lleven a levar (levantar - zarpar) anclas. Si mantenemos la esperanza en nuestro amado Padre Celestial, el Señor nos llevará a donde se supone que debemos estar.


Feliz día, Dios los guarde y los proteja siempre.


Un abrazo.


Pastor Kike Escobar (WMF)

Unidad Internacional de Oración (UIO)



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