El crimen de la cruz
Hechos 3:11-16
“Llenos de asombro, salieron todos corriendo hacia el Pórtico de Salomón, donde estaba el hombre sujetando fuertemente a Pedro y a Juan.
Pedro vio esto como una oportunidad y se dirigió a la multitud: Pueblo de Israel, dijo, ¿Qué hay de sorprendente en esto? ¿Y por qué nos quedan viendo como si hubiéramos hecho caminar a este hombre con nuestro propio poder o nuestra propia rectitud? Pues es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de todos nuestros antepasados, quien dio gloria a Su siervo Jesús al hacer este milagro. Es el mismo Jesús a quien ustedes rechazaron y entregaron a Pilato, a pesar de que Pilato había decidido ponerlo en libertad.
Ustedes rechazaron a ese santo y justo y, en su lugar, exigieron que soltaran a un asesino. Ustedes mataron al autor de la vida, pero Dios lo levantó de los muertos. ¡Y nosotros somos testigos de ese hecho!
Por la fe en el nombre de Jesús, este hombre fue sanado, y ustedes saben que él antes era un inválido. La fe en el nombre de Jesús lo ha sanado delante de sus propios ojos”.
Al ver que la gente estaba impresionada por el milagro, Pedro se apresuró a sembrar la semilla del Evangelio en tierra que estaba preparada para recibirla y, con toda humildad, atrajo hacia Jesucristo la atención que la gente estaba prestándoles a ellos.
En este pasaje resuenan tres de las notas características de la predicación cristiana original:
· Los primeros predicadores cristianos siempre subrayaban el hecho fundamental de que la Crucifixión fue el mayor crimen de la historia humana. Siempre que la mencionan, había en sus voces un tono de horror. Jesús fue el Santo y el Justo. Marcos El mismo gobernador romano se dio cuenta de que aquella crucifixión era una injusticia flagrante. Se escogió para la libertad a un violento criminal, y se mandó a la cruz al que no había hecho más que el bien. Los primeros predicadores trataban de impactar los corazones de sus oyentes para que reconocieran el horrible crimen de la Cruz. Es como si dijeran: ¡Fijaos en lo que puede hacer e hizo el pecado!
Por eso cada vez que pecamos, crucificamos nuevamente a Jesús en la cruz. Que dolor.
· Los primeros predicadores siempre hacían hincapié en la defensa de la Resurrección: en ella, Dios había dado su aprobación a la obra de Jesucristo. Es un hecho que, sin la Resurrección, la Iglesia no habría existido. La Resurrección era la prueba de que Jesucristo es indestructible y Señor de la vida y de la muerte. Era la prueba definitiva de que la obra de Cristo era la obra de Dios y, por tanto, nada podría hacerla fracasar.
· Los primeros predicadores siempre insistían en el poder del Señor Resucitado. Nunca se presentaban a sí mismos como la fuente, sino sólo como canales del poder. Eran conscientes de sus limitaciones; pero también de que no había límites a lo que el Señor Resucitado podía hacer con y por medio de ellos. Ahí radica el secreto de la vida cristiana. Mientras el cristiano no piensa más que en lo que él puede hacer y ser, no cosecha más que fracaso y temor; pero cuando piensa en “no yo, sino Cristo en mí”, tiene paz y poder”.
Los instrumentos de Dios no deben ser convertidos en ídolos de la gente. Lo que es de alabar en Pedro y Juan es precisamente que no se atribuyeron a sí mismos el honor de este milagro, sino que lo transmitieron fielmente a Cristo. La utilidad de un siervo de Dios está en razón directa de su humildad.
Jesucristo, no los apóstoles, recibieron la gloria por la sanidad de este hombre cojo. En esos días el nombre de un hombre representaba su carácter, respaldaba su autoridad y poder. Usando el nombre de Jesús, Pedro mostró quién le dio la autoridad y el poder para sanar. Los apóstoles no enfatizaron lo que ellos podían hacer, sino lo que Dios podía hacer a través de ellos. El nombre de Jesús no debe usarse como mágico, sino por fe. Cuando oramos en el nombre de Jesús, debemos recordar que es el mismo Jesús, no solo el sonido de su nombre, quien da poder a nuestras oraciones.
Continuara……..
Feliz día, Dios los guarde y los proteja siempre.
Un abrazo.
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