1 Corintios 12:12-21
“El cuerpo humano tiene muchas partes, pero las muchas partes forman un cuerpo entero. Lo mismo sucede con el cuerpo de Cristo. Entre nosotros hay algunos que son judíos y otros que son gentiles; algunos son esclavos, y otros son libres. Pero todos fuimos bautizados en un solo cuerpo por un mismo Espíritu, y todos compartimos el mismo Espíritu.
Así es, el cuerpo consta de muchas partes diferentes, no de una sola parte. Si el pie dijera: No formo parte del cuerpo porque no soy mano, no por eso dejaría de ser parte del cuerpo. Y si la oreja dijera: No formo parte del cuerpo porque no soy ojo, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿cómo podríamos oír? O si todo el cuerpo fuera oreja, ¿cómo podríamos oler?
Pero nuestro cuerpo tiene muchas partes, y Dios ha puesto cada parte justo donde él quiere. ¡Qué extraño sería el cuerpo si tuviera solo una parte! Efectivamente, hay muchas partes, pero un solo cuerpo. El ojo nunca puede decirle a la mano: No te necesito. La cabeza tampoco puede decirle al pie: No te necesito.
De hecho, algunas partes del cuerpo que parecieran las más débiles y menos importantes, en realidad, son las más necesarias. Y las partes que consideramos menos honorables son las que vestimos con más esmero. Así que protegemos con mucho cuidado esas partes que no deberían verse, mientras que las partes más honorables no precisan esa atención especial. Por eso Dios ha formado el cuerpo de tal manera que se les dé más honor y cuidado a esas partes que tienen menos dignidad. Esto hace que haya armonía entre los miembros a fin de que los miembros se preocupen los unos por los otros. Si una parte sufre, las demás partes sufren con ella y, si a una parte se le da honra, todas las partes se alegran”.
Aquí tenemos una de las más famosas alegorías o enseñanzas de la unidad de la Iglesia que se hayan escrito nunca. Siempre ha sido fascinante el considerar la forma en que cooperan las diferentes partes del cuerpo. El apóstol Pablo traza aquí el esquema de la Iglesia como un cuerpo. Un cuerpo consta de muchas partes, pero tiene una unidad esencial. Hay una personalidad que da unidad a las muchas diversas partes del cuerpo. Lo que el yo es al cuerpo, lo es Cristo a la Iglesia. Es en Él donde todos los diversos miembros encuentran su unidad.
Así que Pablo traza una enseña de la unidad que debe existir dentro de la Iglesia si ha de cumplir su misión. Un cuerpo es sano y eficiente solo cuando cada una de sus partes funciona como es debido. Las partes del cuerpo no tienen celos unas de otras, ni codician las funciones de las otras. De la descripción de Pablo deducimos ciertas cosas que deberían existir en la Iglesia, el Cuerpo de Cristo.
· Deberíamos darnos cuenta de que nos necesitamos unos a otros. No puede haber tal cosa como aislamiento en la Iglesia. Demasiado a menudo, los miembros de una iglesia están tan inmersos en la porción de la obra de la que se ocupan y tan convencidos de que es de suprema importancia que olvidan y hasta critican a otros que hacen otra labor. Si la Iglesia va a ser un Cuerpo sano, se necesita lo que pueda hacer cada cual.
· Deberíamos respetarnos unos a otros. En el cuerpo no hay tal cosa como una importancia relativa. Si un miembro u órgano deja de funcionar, todo el cuerpo se trunca (se enferma). Eso sucede también en la Iglesia. Todos los trabajos cuentan igual para Dios. Siempre que nos ponemos a pensar en nuestra propia importancia en la iglesia, desaparece la posibilidad de una labor verdaderamente cristiana.
· Deberíamos sentir solidaridad unos con otros. Si una parte del cuerpo es afectada, todas las otras sufren y tratan de ayudarla. La Iglesia es una unidad. La persona que no puede ver más allá de su propia organización, o congregación, o, todavía peor, su propio círculo familiar, no ha empezado siquiera a comprender la unidad real de la Iglesia.
Pablo compara el cuerpo de Cristo a un cuerpo humano. Cada parte tiene una función especial que es necesaria al cuerpo en su totalidad. Las partes son diferentes con un propósito y a pesar de sus diferencias deben laborar juntas. Los cristianos deben evitar dos errores comunes: Sentirse demasiado orgullosos de sus habilidades, y pensar que no tienen nada que ofrecer al cuerpo de creyentes. En lugar de compararnos con otros, debemos usar nuestros diferentes dones, juntos, a fin de difundir las buenas nuevas de salvación.
La iglesia es compuesta por muchas personas con una variedad de trasfondo y una multiplicidad de dones y habilidades. Es muy fácil que esas diferencias dividan a las personas, como fue el caso en Corinto. Pero más allá de las diferencias, todos los creyentes tienen una cosa en común: fe en Cristo. En esta verdad esencial la iglesia halla su unidad.
Todos los creyentes son bautizados por un Espíritu Santo, forman parte de un cuerpo de creyentes, la Iglesia. No perdemos nuestra identidad personal, sino que poseemos una unidad en Cristo a pesar de seguir siendo individuos. Cuando una persona se hace cristiana, el Espíritu Santo hace en ella su residencia y viene a nacer dentro de la familia de Dios. A todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu, significa que el mismo Espíritu Santo llena completamente nuestro profundo ser. Como miembros de la familia de Dios, podemos tener intereses diversos así como también dones diferentes, sin dejar de tener una misma meta.
Usando la analogía del cuerpo, Pablo enfatiza la importancia de cada miembro de la iglesia. Si alguna parte, considerada sin importancia, es puesta aparte, todo el cuerpo pierde parte de su efectividad. Pensar que su don es más importante que el de otro es orgullo espiritual. No debiéramos menospreciar a aquellos que aparentan ser menos importantes ni ponernos celosos con aquellos que manifiestan dones más impresionantes. Al contrario, debemos usar los dones que se nos ha dado y animar a otros a usar los suyos. Si no lo hacemos, el cuerpo de Cristo perderá mayor efectividad.
¿Cómo reacciona usted cuando otra persona es honrada? ¿Cuál es su respuesta cuando una persona está sufriendo? Se nos pide regocijarnos con aquellos que se gozan y llorar con los que lloran (Romanos 12:15). Con frecuencia, desafortunadamente, nos ponemos celosos con los que se gozan y nos apartamos de aquellos que lloran. Los creyentes están en el mismo mundo, no hay tal cosa como cristianismo individual. No podemos estar de acuerdo solo con nuestra relación con Dios, debemos involucrarnos en las vidas de los demás.
No hay cosa que dividiendo más la Iglesia de Dios, que las barreras denominacionales. Cuando Jesucristo venga por Su Iglesia, no vendrá por una denominación en especial, vendrá por un solo cuerpo, una sola Iglesia, santa y victoriosa. Una de las cosas que están haciendo demorar la venida de Jesucristo, es que Su Iglesia no está unida, cada una busca lo suyo y se olvida de los demás.
En septiembre de 2019, hace dos años en la Cumbre Mundial de Intercesión y Adoración en Mérida, Yucatán, México, un hombre de Dios dijo; “El juicio de Dios ya ha comenzado por Su casa, Su Iglesia y va hasta el 2025”. 1 Pedro 4:17, “Pues ha llegado el tiempo del juicio, y debe comenzar por la casa de Dios; y si el juicio comienza con nosotros, ¿qué terrible destino les espera a los que nunca obedecieron la Buena Noticia de Dios?”.
Hoy podemos observar como este juicio recorre todo el mundo santificando la Iglesia de Dios. Es tiempo de quitar las fronteras invisibles que dividen la Iglesia de Dios, es tiempo de unirnos como un solo cuerpo, y clamar a Dios por misericordia. El mundo se está derrumbando frente a nuestros ojos y cada uno está defendiendo lo suyo, y se han olvidado de las demás partes del cuerpo de Cristo.
Feliz día, Dios los guarde y los proteja siempre.
Un abrazo.
Pastor Kike Escobar (WMF)
Unidad Internacional de Oración (UIO)
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