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Foto del escritorPs. Kike Escobar

El derramamiento del Espíritu Santo


Hechos 2:14-21

“Entonces Pedro, con los once, se puso de pie y dijo a voz en cuello:

Compatriotas judíos y todos ustedes que están en Jerusalén, déjenme explicarles lo que sucede; presten atención a lo que les voy a decir. Éstos no están borrachos, como suponen ustedes. ¡Apenas son las nueve de la mañana! En realidad lo que pasa es lo que anunció el profeta Joel: Sucederá que en los últimos días, dice Dios, derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano. Profetizarán sus hijos y sus hijas, los jóvenes tendrán visiones y los ancianos tendrán sueños.

En esos días derramaré mi espíritu sobre mis siervos y mis siervas, y profetizarán. Haré prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra: sangre, fuego y nubes de humo. El sol se convertirá en oscuridad y la luna en sangre antes que llegue el grande y esplendoroso día del Señor. Y todo el que invoque el nombre del Señor será salvo”.

¡Qué día tan maravilloso fue este del Pentecostés! Fue el día cuando el Espíritu Santo vino para llamar un cuerpo de creyentes para formar la Iglesia. Así como la fiesta de Pentecostés en el Antiguo Testamento se celebraba cincuenta días después de la fiesta de las primicias o primeros frutos de la cosecha, de la misma manera, cincuenta días después que el Señor Jesús resucitó de los muertos, el Espíritu Santo vino para llamar a un cuerpo de creyentes a formar Su Iglesia.

La iglesia comenzó en Jerusalén y después se extendió por Judea, luego por Samaria y después hasta los confines de la tierra. Este ha sido el movimiento de expansión de la iglesia desde aquel día hasta el día de hoy. En el Antiguo Testamento tenían que ir a adorar a Jerusalén. Ahora, tenían que salir de Jerusalén y llevar el mensaje del Evangelio a todo el mundo.

El apóstol Pedro insiste en que esas personas no pueden estar borrachas, porque es la hora tercera del día. Las horas del día contaban desde la salida hasta la puesta del Sol, es decir, poco más o menos, desde las 6 de la mañana hasta las 6 de la tarde; por tanto, la hora tercera eran las 9 de la mañana.

Pedro fue un líder inestable durante el ministerio de Jesús, permitiendo que su fanfarronería fuera su caída, aun al extremo de negar que conocía a Jesús. Pero Cristo lo perdonó y restauró después que le negó. Este es un nuevo Pedro, humilde pero audaz. Su confianza vino del Espíritu Santo, el que hizo de él un predicador enérgico y dinámico. ¿Alguna vez ha sentido que ha cometido errores tan malos que Dios nunca podría perdonarlo ni usarlo? No importa qué pecados haya cometido, Dios promete olvidarlos y hacer de usted una persona útil para su Reino. Reciba el perdón de Dios y deje que lo utilice para su servicio.

Todo el pasaje nos presenta una de las ideas dominantes y básicas del Antiguo y del Nuevo Testamento: El Día del Señor. Hay mucho en la Biblia que nos resultará difícil de entender a menos que conozcamos los principios que subyacen bajo esta concepción. Los judíos nunca perdían de vista que eran el pueblo escogido de Dios, e interpretaban que Dios los había elegido para una gloria y un privilegio especiales entre todos los pueblos de la Tierra. Sin embargo, eran una nación pequeña. Su historia había sido una sucesión de desastres. Estaba claro que, por medios humanos, nunca alcanzarían la gloria que les estaba destinada como pueblo escogido.

Así es que, poco a poco, llegaron a la conclusión de que, lo que los hombres no podían, Dios lo haría. Y empezaron a esperar el día en que Dios intervendría directamente en la Historia y los elevaría al honor que soñaban. El día de esa intervención divina sería El Día del Señor. La Historia quedaría dividida en dos edades: La Edad Presente, y La Edad por Venir, que sería El Siglo de Oro de Dios.

Entre las dos Edades estaría El Día del Señor, que sería el doloroso alumbramiento de la Nueva Era. Vendría tan por sorpresa como el ladrón nocturno; los cimientos de la tierra serían sacudidos, y el universo entero se desintegraría. Sería un día de juicio y de terror. A lo largo de los libros proféticos del Antiguo Testamento y en gran parte del Nuevo encontramos descripciones de ese Día.

El pasaje más característicos que nos habla de esta día es citado por el apóstol Pedro, Joel 2:28-31, “Entonces, después de hacer todas esas cosas, derramaré mi Espíritu sobre toda la gente. Sus hijos e hijas profetizarán. Sus ancianos tendrán sueños y sus jóvenes tendrán visiones. En esos días derramaré mi Espíritu aun sobre los sirvientes, hombres y mujeres por igual. Y haré maravillas en los cielos y en la tierra: sangre, fuego y columnas de humo. El sol se oscurecerá y la luna se pondrá roja como la sangre antes de que llegue el grande y terrible día del Señor. Pero todo el que invoque el nombre del Señor será salvo”.

Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne: Pedro explica los extraordinarios acontecimientos del Pentecostés en términos del derramamiento del Espíritu predicho en la profecía de Joel. El derramamiento del Espíritu en el Antiguo Testamento había sido durante mucho tiempo reservado a los líderes espirituales y nacionales de Israel. Bajo el Nuevo Pacto, sin embargo, la autoridad del Espíritu se concede a “toda carne”, a todo el que se acoja a éste. Todo creyente es ungido como sacerdote y rey ante Dios. Importantes evidencias de haber participado en el derramamiento del Espíritu son los sueños y las profecías.

El profeta Joel profetizó que esta edad presente terminaría en medio de los portentos del juicio divino, pero que todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. Pedro quiso establecer que Jesús era el Señor que regresaría para juzgar, y a quien el pueblo debía acudir ahora en arrepentimiento y fe. Pedro menciona los fenómenos que acompañarán al Día de Jehová porque le interesa llegar a la última frase de la profecía: “Y sucederá que todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo”, lo cual es ya cierto en la dispensación del Evangelio de la gracia para todos.

Aquí Pedro les está diciendo a su audiencia: Hace generaciones que estamos soñando con el Día del Señor, el gran Día en que Dios intervendrá en la Historia. Ahora, con Jesús, ha llegado ese Día. Detrás de todo ese escenario estaba la gran verdad de que, en la Persona de Jesús, Dios mismo había entrado en la escena de la Historia humana derramando de Su Espíritu a toda carne, aleluya.

Continuara…………….

Feliz día, Dios los guarde y los proteja siempre.

Un abrazo.

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