Hechos 2:5-13
“Estaban de visita en Jerusalén judíos piadosos, procedentes de todas las naciones de la tierra. Al oír aquel bullicio, se agolparon y quedaron todos pasmados porque cada uno los escuchaba hablar en su propio idioma. Desconcertados y maravillados, decían: ¿No son galileos todos estos que están hablando? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye hablar en su lengua materna?
Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y de Asia, de Frigia y de Pánfila, de Egipto y de las regiones de Libia cercanas a Cirene; visitantes llegados de Roma; judíos y prosélitos; cretenses y árabes: ¡todos por igual los oímos proclamar en nuestra propia lengua las maravillas de Dios!
Desconcertados y perplejos, se preguntaban: ¿Qué quiere decir esto? Otros se burlaban y decían: Lo que pasa es que están borrachos”.
Debemos darnos cuenta de que no se trataba de que hubieran adquirido una capacidad especial para hablar “lenguas extranjeras”. En la Iglesia Primitiva se manifestaba un don que nunca ha desaparecido del todo de la Iglesia y que ha vuelto a surgir especialmente en las iglesias pentecostales y carismáticas este siglo, que se llama glóssolalía o hablar en lenguas.
El principal pasaje en el que se nos describe y da enseñanza sobre este don es 1 Corintios 14. El apóstol Pablo dice que, aunque él habla en lenguas más que nadie en Corinto, en el culto público considera preferible usar una lengua que todos puedan entender, para que sean edificados; y recomienda que se reserve el hablar en lenguas para la edificación personal; o, si se usa este don en público, que haya también interpretación; porque si no, alguien nuevo que entre podría pensar que los que hablan en lenguas están locos.
1 Corintios 14:1-5
“Empeñaos en seguir el amor y ambicionad los dones espirituales, sobre todo el de profecía. Porque el que habla en lenguas no habla a los demás sino a Dios. En realidad, nadie le entiende lo que dice, pues habla misterios por el Espíritu.
En cambio, el que profetiza habla a los demás para edificarlos, animarlos y consolarlos. El que habla en lenguas se edifica a sí mismo; en cambio, el que profetiza edifica a la iglesia.
Yo quisiera que todos vosotros hablarais en lenguas, pero mucho más que profetizarais. El que profetiza aventaja al que habla en lenguas, a menos que éste también interprete, para que la iglesia reciba edificación”.
Este capítulo es muy difícil de entender porque trata de una experiencia que está fuera de la experiencia de muchos de nosotros. Pablo compara dos series de dones espirituales:
· En primer lugar, el hablar en lenguas. Este fenómeno era muy corriente en la Iglesia Primitiva. Una persona entraba en éxtasis, y en ese estado fluía de su boca un torrente de sonidos que no correspondían a ninguna lengua conocida. A menos que se interpretaran, nadie tenía idea de lo que pudieran significar.
Aunque nos parezca extraño a muchos de nosotros, en la Iglesia Primitiva era un don muy aprecia do. Pero tenía sus peligros. Por una parte, era algo anormal y se admiraba mucho, lo que hacía que la persona que lo poseía corriera el riesgo de caer en un cierto orgullo espiritual; y por otra parte, el mismo deseo de poseerlo producía, por lo menos en algunos, una especie de auto hipnotismo que inducía a un hablar en lenguas totalmente falso.
· Paralelamente al don de lenguas, Pablo sitúa el don de profecía. En la traducción no hemos usado la palabra profecía, porque podría haber complicado aún más una situación ya bastante complicada de por sí. En este caso, y corrientemente de hecho, no tiene nada que ver con el sentido que se le da vulgarmente a esta palabra, que es el de predecir el futuro, sino con el de proclamar la voluntad y el mensaje de Dios. Ya hemos dicho que la predicación reflejaría el sentido original bastante bien, aunque también aquí tendríamos que tener cuidado con las acepciones vulgares. Aquí hemos conservado y traducido la idea original de proclamar un mensaje.
En toda esta sección, Pablo trata de los peligros y las deficiencias del don de hablar en lenguas impropiamente usado, y de la superioridad del don de proclamar la verdad de manera que todos la puedan comprender.
Podemos seguir mejor la línea de pensamiento de Pablo analizando el pasaje por partes; empieza por afirmar que las lenguas se dirigen a Dios y no a las personas, que no las pueden entender. El que practica este don de lenguas puede que esté enriqueciendo su propia experiencia espiritual, pero no reporta ningún beneficio a las almas de los demás miembros, porque a estos les resulta ininteligible; y, por otra parte, el don de proclamar la verdad produce algo que todos pueden entender, y que es de provecho para todas las almas.
Esa parece haber sido la reacción de algunos de los oyentes en Pentecostés, que tomaron a los discípulos por borrachos. Sin embargo, el don de lenguas que se manifestó en Pentecostés no requería interpretación. Es posible que los discípulos hablaran su dialecto, y el Espíritu hacía que los oyentes recibieran simultáneamente la interpretación, cada uno en su propia lengua materna. El caso es que en Pentecostés el poder del Espíritu era tal que daba a aquellos sencillos discípulos la capacidad de presentar el Evangelio de forma que calaba hasta lo más íntimo del corazón.
Es evidente que el pasaje que hemos estudiado tiene un protagonista principal: el Espíritu Santo. Estimado amig@, recordará usted que, hablando con los suyos poco antes de Su muerte, Jesús, al anunciarles Su partida, también les comunicó que vendría el Espíritu Santo. Si usted confía en el Señor Jesucristo como su Salvador, el Espíritu Santo vendrá, le regenerará y vendrá a morar en usted. Entonces comenzará a disfrutar de todos los recursos que Dios ofrece a Sus hijos, junto con la fortaleza y el consuelo para hacer frente a las circunstancias tan variables de la vida. Porque la Biblia lo dice y nosotros, por nuestra propia experiencia también lo afirmamos, queremos que usted sepa que vale la pena ser un hijo de Dios.
Continuara……
Feliz día, Dios los guarde y los proteja siempre.
Un abrazo.
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