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Foto del escritorPs. Kike Escobar

El primer milagro de la Iglesia

Hechos 3:1-10

“Cierta tarde, Pedro y Juan fueron al templo para participar en el servicio de oración de las tres de la tarde. Mientras se acercaban al templo, entraba siendo cargado un hombre cojo de nacimiento. Todos los días lo ponían junto a la puerta del templo, la que se llama Puerta Hermosa, para que pudiera pedir limosna a la gente que entraba.

Cuando el hombre vio que Pedro y Juan estaban por entrar, les pidió dinero. Pedro y Juan lo miraron fijamente, y Pedro le dijo: ¡Míranos! El hombre lisiado los miró ansiosamente, esperando recibir un poco de dinero, pero Pedro le dijo: Yo no tengo plata ni oro para ti. Pero te daré lo que tengo. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y camina!

Entonces Pedro tomó al hombre lisiado de la mano derecha y lo ayudó a levantarse. Y, mientras lo hacía, al instante los pies y los tobillos del hombre fueron sanados y fortalecidos. ¡Se levantó de un salto, se puso de pie y comenzó a caminar! Luego entró en el templo con ellos caminando, saltando y alabando a Dios.

Toda la gente lo vio caminar y lo oyó adorar a Dios. Cuando se dieron cuenta de que él era el mendigo cojo que muchas veces habían visto junto a la Puerta Hermosa, ¡quedaron totalmente sorprendidos!”.

El día se consideraba que empezaba a las 6 de la mañana y terminaba a las 6 de la tarde. La hora tercera eran las 9 de la mañana; la sexta, el mediodía, y la novena, las 3 de la tarde; y estas tres eran las tres horas especiales de oración para los devotos judíos. Estaban de acuerdo en que la oración es eficaz a cualquier hora; pero consideraban que era doblemente preciosa cuando se hacía en el Templo con otros hermanos de la fe. Es interesante notar que los apóstoles seguían observando las costumbres y los hábitos en que habían sido instruidos. En esta ocasión, era la hora de la oración, y Pedro y Juan iban al Templo como otros muchos. Ahora tenían una fe nueva, pero no la usaban como disculpa para dejar de cumplir la ley. Eran conscientes de que la nueva fe y la antigua disciplina podían y debían estar en armonía.

En Oriente era costumbre que los mendigos se pusieran a pedir limosna a la entrada de los templos y altares. Tales lugares se consideraban idóneos, lo mismo que ahora; porque, cuando la gente va a dar culto a Dios, está más dispuesta a ser generosa con sus semejantes desvalidos. El amor a Dios y al prójimo deben ir de la mano.

Pedro tenía algo mejor que dinero para darle a este pobre cojo: la curación, por medio de la cual quedaría capacitado para ganarse el sustento por sí mismo. Lo que tengo te doy, dijo Pedro. Los que no tienen dinero para las cosas de Dios tienen, al menos, ojos, brazos y pies para el servicio de Dios y de sus hermanos.

Este incidente nos coloca cara a cara con la cuestión de los milagros en la era apostólica. Hay algunas cosas que conviene decir acerca de ellos:

Esos milagros tuvieron lugar y fueron reales, los hechos históricos los confirman y quedaron escritos en muchos libros. Más adelante en Hechos 4:16, leemos “¿Qué debemos hacer con estos hombres? se preguntaban unos a otros. No podemos negar que han hecho una señal milagrosa, y todos en Jerusalén ya lo saben”. El Sanedrín sabía muy bien que tenía que aceptar este poderoso milagro, porque no podían negarlo. Los enemigos del Cristianismo habrían sido los primeros en exponer la falsedad de los milagros si ese hubiera sido el caso; pero ni siquiera lo intentaron, ya que fue un milagro muy evidente.

La curación fue llevada a cabo en el nombre de Jesucristo de Nazaret y mediante un dulce mandato: ¡Levántate y anda! Aunque ya podía hacerlo, Pedro le tendió una mano para ayudarle a levantarse, y al momento se le consolidaron los pies y los tobillos. Cuando Dios, mediante su Palabra, nos manda caminar en sus mandamientos, también nos da su Espíritu para que nos tome de la mano y nos levante.

En este primer milagro que Hechos registra y que fue realizado por los discípulos, se nos da la clave para el ejercicio por parte de todos los creyentes de la autoridad de la fe. Al ordenar la sanidad en el hombre cojo de nacimiento, Pedro emplea el nombre completo y el título de nuestro Señor: “Jesucristo (El Mesías) de Nazaret”. “Jesús” (Josué o Yeshua) era un nombre común entre los judíos y continúa siéndolo en muchas culturas. Pero la declaración de su nombre y título completos, una práctica digna de notarse en el libro de los Hechos, parece ser una lección buena y objetiva para nosotros. Hagamos así cuando reclamemos autoridad sobre las enfermedades o sobre los demonios. En nuestra confesión de fe o proclamación de poder, confesemos su deidad y su señorío como El Cristo (Mesías), usemos su nombre precioso, como Jesús (El Salvador). Clamemos a él como Señor Jesús, o Jesucristo, o Jesús de Nazaret, sin que en este punto haya la intención de establecer un principio legal o ritual. Pero es sabio recordar que, al igual que oramos “en el nombre de Jesús”, también ejercemos toda autoridad en Él, mediante el privilegio del poder que nos ha sido dado en Su Santo Nombre.

¿Por qué dejaron de producirse milagros de esta magnitud? Se han hecho algunas sugerencias:

· Hubo un tiempo en que los milagros eran necesarios. Eran, por así decirlo, las campanadas que llamaban a la gente a la Iglesia Cristiana. Entonces se necesitaban como garantía de la verdad y del poder del Evangelio en su ofensiva inicial al mundo.

· En aquel tiempo se daban dos circunstancias especiales: la primera, que había hombres apostólicos vivos que habían tenido una relación personal irrepetible con Jesucristo; y la segunda, que existía una atmósfera de expectación en la que la gente estaba dispuesta a creer en lo imposible, y esa fe se extendía como una llama fuego. Estas dos circunstancias unidas tuvieron efectos absolutamente únicos en esta época.

· Pero la verdadera pregunta no es: ¿Por qué han dejado de producirse estos milagros?; sino: ¿Han dejado realmente de producirse? Es un hecho universal que Dios no hace por las personas lo que éstos pueden hacer por sí mismos. Dios ha revelado una nueva verdad y un nuevo conocimiento a los hombres, que siguen obrando milagros mediante esa Revelación. Como dijo cierto médico: “Yo pongo la venda, pero Dios es el que sana las heridas”. Hay milagros poderosos por todas partes del mundo, lamentablemente los creyentes se acostumbraron a ellos y ya no los sorprenden como sucedía en la iglesia primitiva.

Dios no ha dejado de actuar con milagros poderosos, “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre”. Para la fe, Dios está siempre presente, siempre en control, y lleva adelante su plan de amor para el bien de todas sus criaturas de una manera que no siempre podemos discernir ni comprender. Ha comenzado un nuevo mover poderoso del Espíritu Santo con milagros sobre la Iglesia mundial, que generará un avivamiento mundial como nunca antes lo hemos visto. Como creyentes debemos estar preparados para ser usados con poder como fueron usados los apóstoles de la iglesia primitiva.

Continuara……….

Feliz día, Dios los guarde y los proeja siempre.

Un abrazo

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