Juan 20:23
“Si ustedes perdonan los pecados de alguien, esos pecados son perdonados; si ustedes no los perdonan, esos pecados no son perdonados”.
Una cosa es segura: que ninguna persona puede perdonar los pecados por otra. Pero es igualmente cierto que la Iglesia tiene el gran privilegio de comunicar el mensaje del perdón de Dios a la humanidad. Los apóstoles estaban en las mejores condiciones para llevar el mensaje de Jesús a otras personas, porque le conocían muy bien. Si sabían que alguien estaba verdaderamente arrepentido podían proclamarle con absoluta seguridad el perdón de Cristo. Pero, igualmente, si sabían que no había arrepentimiento en su corazón, o que estaba comerciando con el amor y la misericordia de Dios, podían decirle que hasta que su corazón no cambiara no había perdón para él. Esto no quiere decir que se confiara el poder para perdonar pecados a ninguna persona o personas; pero sí el poder de proclamar ese perdón, lo mismo que el de advertir que ese perdón no es para el que no esté arrepentido. Aquí se establece el deber de la Iglesia de comunicar el perdón al corazón arrepentido, y de advertir al obstinado que está cerrándose a la misericordia de Dios.
Cuando una persona no perdona a otra, está reteniendo un pecado y se está aferrando a él. Cuando nos aferramos a las ofensas que nos han hecho, empezamos a llenarnos de veneno y nos contaminamos. Cuando no perdonamos, es fácil convertirnos en lo que aborrecemos.
La amargura, el pecado que tenemos por no perdonar, puede producir los mismos resultados que nos hirieron. Si fuimos criados en un ambiente abusivo, si provenimos de una familia disfuncional, si fuimos engañados, si fuimos menospreciados, ¿Por qué mejor no nos convertimos en quienes pongamos fin a ese ciclo negativo?
Podemos ser quienes marquemos la diferencia. ¿Nos estamos aferrando al enojo y a la falta de perdón? ¿Estamos transmitiendo veneno y amargura a la siguiente generación? O estamos dispuestos a soltarlo para que nuestra familia y ministerio pueda elevarse a un nuevo nivel.
Puede que sea difícil perdonar, especialmente cuando nos han herido, sin embargo, nuestro Padre Celestial nunca nos pedirá que hagamos algo sin darnos la capacidad para hacerlo. El perdón tiene un proceso, la herida no desparece de la noche a la mañana. Poco a poco los sentimientos negativos se desvanecerán y día no muy lejano ya no te afectarán en lo absoluto.
Mateo 6:12
“Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”.
Cuando Dios habla de deudas, no está hablando solo deudas monetarias; está hablando de las veces en que la gente nos ha ofendido, las veces en que nos han hecho daño. Dios se refiere a eso como una deuda porque cuando nos lastiman, puede que sintamos que se nos debe algo. El error que muchas personas cometen, es querer cobrar una deuda que solo Dios puede pagar. Un padre no puede devolverle a su hija su inocencia pérdida; tus padres no pueden pagarte por no haber tenido una niñez amorosa; tú pareja o amigo no puede pagarte por el dolor que te causó su engaño o infidelidad. Solo Dios puede verdaderamente pagarte.
Cuando retenemos los pecados de alguien, terminamos haciéndoles daño a las personas incorrectas. Intentamos hacerle pagar a las personas que nada nos deben y de esta manera terminamos arruinando una nueva relación.
Dejemos de esperar que las personas nos compensen. Ellas no pueden darnos lo que no tienen. Solo Dios sabe cómo producir justicia. Él nos dará lo que merecemos. Si liberamos a las personas y dejamos de pensar que nos deben algo, nuestras vidas irán a un nuevo nivel. Puede que nos hayan ofendido, puede que haya sido culpa de ellos, pero no es su culpa que no puedan pagarnos.
Puede que las personas que nos han hecho daño no merezcan el perdón. Quizás no, pero yo sí. Si no perdonamos, nuestro Padre Celestial no podrá perdonarte. Debemos perdonar para ser libres, para vivir cada día con felicidad en nuestros corazones. Si soltamos las ofensas y el dolor, Dios saldará tus deudas. El traerá justicia a nuestras vidas. Obtendremos lo que merecemos y nuestro Padre Celestial nos pagará el doble de gozo, doble de honra, doble de paz, doble de Su favor, doble de Su victoria.
Oremos: “Padre Celestial, tu sabes lo que hemos pasado, tú has visto cada ofensa, cada engaño, cada mentira, cada herida, cada lágrima; no estaremos amargados intentando hacer que la gente nos dé lo que no tiene. Amado Dios, dejo en tus Manos esta situación. Tú nos prometiste que saldarías nuestras deudas. Nos dijiste que nos pagarías el doble por cada injusticia, cada calamidad vivida. Por lo tanto, libero a toda mi familia, a mis amig@s, a mis seres queridos, y pongo mi confianza y esperanza en ti”. Amén.
Dios los guarde y los proteja siempre.
Un abrazo.
Pastor Kike Escobar (WMF)
Unidad Internacional de Oración (UIO)
Restoration Church UK
www.kikeescobar.com
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