Juan 5:1-9
“Después de estas cosas había una fiesta de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén. Y hay en Jerusalén, cerca de la puerta de las ovejas, un estanque, llamado en hebreo Betesda, el cual tiene cinco pórticos.
En estos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban el movimiento del agua. Porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque, y agitaba el agua; y el que primero descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese.
Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano? Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo.
Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo. Y era día de reposo aquel día”.
Jesús sana a este enfermo con solo Su palabra: “Levántate, toma tu camilla y anda”. ¡Extraña orden a un inválido! Pero el mandato de Jesús comportaba la fuerza para ponerlo por obra; la obediencia es el gran remedio contra la impotencia, pues nos pone en contacto con la omnipotencia. Y, para demostrar que tendría fuerzas suficientes, Jesús le ordena no solo que se levante, sino que eche a andar con su camilla a cuestas; no fue una recuperación gradual, sino total y repentina, del extremo de una invalidez completa y antigua, se levantó a una salud perfecta y robusta; el que hacía un minuto no podía revolverse en su camilla, al minuto siguiente tiene fuerza para levantarse y cargar con ella.
Solo el primero que descendía al estanque obtenía la curación. Esto nos enseña a ser diligentes en observar y aprovechar las oportunidades, para no perder una ocasión que quizá no vuelva a presentarse. Con este milagro, Dios ofrecía a su pueblo elegido una prueba de Su buena voluntad, e indicaba que aun cuando había estado por largo tiempo sin profetas ni milagros, Él no los había abandonado.
Era un caso de necesidad por parte del enfermo; de misericordia, por parte de Jesús; y de piedad por parte del mismo enfermo al obedecer el mandato del Señor: El enfermo hizo lo que Jesús le ordenaba, “y al instante quedó sano”. ¡Qué sorpresa para el pobre lisiado encontrarse de repente sano, fuerte y capaz de valerse en todo por sí mismo después de treinta y ocho años de invalidez! ¡Todo un nuevo mundo, una nueva vida! ¡Tomó su camilla y echó a andar!
Este es el camino del éxito. Cuando deseamos algo intensamente y aplicamos la voluntad al esfuerzo, aunque parezca desesperado, el poder de Cristo acepta la oportunidad, y con Él podemos dominar lo que nos ha tenido dominados mucho tiempo. El poder de Dios nunca exime al hombre del esfuerzo. Es cierto que debemos darnos cuenta de nuestra indefensión; pero en un sentido muy real también es cierto que los milagros suceden cuando nuestra voluntad coopera con el poder de Dios para hacerlos posibles.
La vida puede que nos haya debilitado a lo largo del tiempo, sin embargo, Dios nos está diciendo; “Si quieres ser sanado, levántate”. Si nos ponemos de acuerdo con Dios y nos levantamos, nuestro Padre Celestial nos llevará a un nuevo nivel de bendición.
Estimad@ amig@, Dios ha enviado Su Ángel y viene en camino, ¿Qué vas a hacer? ¿Te quedarás quieto esperando que alguien te ayude? ¿O te levantarás e iras en pos de tu milagro? ¡Levántate! Tu milagro te espera en el poderoso nombre de Jesucristo de Nazaret. Amén.
Dios los guarde y los proteja siempre.
Un abrazo.
Pastor Kike Escobar (WMF)
Unidad Internacional de Oración (UIO)
Restoration Church UK
www.kikeescobar.com
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