1 Crónicas 29:10-16
“Luego David alabó al Señor en presencia de toda la asamblea:
¡Oh Señor, Dios de nuestro antepasado Israel, que seas alabado por siempre y para siempre! Tuyos, oh Señor, son la grandeza, el poder, la gloria, la victoria y la majestad. Todo lo que hay en los cielos y en la tierra es tuyo, oh Señor, y este es tu reino. Te adoramos como el que está por sobre todas las cosas. La riqueza y el honor solo vienen de ti, porque tú gobiernas todo. El poder y la fuerza están en tus manos, y según tu criterio la gente llega a ser poderosa y recibe fuerzas.
¡Oh Dios nuestro, te damos gracias y alabamos tu glorioso nombre! ¿Pero quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que podamos darte algo a ti? ¡Todo lo que tenemos ha venido de ti, y te damos solo lo que tú primero nos diste! Estamos aquí solo por un momento, visitantes y extranjeros en la tierra, al igual que nuestros antepasados. Nuestros días sobre la tierra son como una sombra pasajera, pasan pronto sin dejar rastro.
¡Oh Señor nuestro Dios, aun estos materiales que hemos reunido para construir un templo para honrar tu santo nombre vienen de ti! ¡Todo te pertenece! Yo sé, mi Dios, que tú examinas nuestro corazón y te alegras cuando encuentras en él integridad. Tú sabes que he hecho todo esto con buenas intenciones y he visto a tu pueblo dando sus ofrendas por voluntad propia y con alegría”.
Ningún pasaje en la Biblia declara, con mayor magnificencia, el soberano poder de Dios: no hay ninguno como el Señor, el Todopoderoso, cuya gloria llena el universo. Y, sin embargo, en medio de este grandioso himno a esa majestuosa verdad, David asevera que aunque el reino es de Dios, este provee recursos que deben ser administrados por los seres humanos.
El versículo 14 literalmente dice: “Todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos”. Dios es la fuente de toda vida y poder, y el ser humano el heredero designado para su administración. El Salmo 8:6 dice; “Los pusiste a cargo de todo lo que creaste, y sometiste todas las cosas bajo su autoridad” y el 115:16, “Los cielos pertenecen al Señor, pero él ha dado la tierra a toda la humanidad”. Estos dos Salmos afirman que, aun cuando el universo y la gloria de los cielos son de Dios y sólo de Dios, éste ha delegado la mayordomía (administración) de los asuntos terrenales a la humanidad.
Las nobles opiniones acerca de la soberanía divina deben balancearse y complementarse con una idea del deber humano y sus capacidades redentoras. Si no tomamos esta verdad en cuenta, aunque parezca que exaltamos la grandeza divina, el resultado será apatía y actitudes irresponsables. Por ejemplo, Dios no predestina el mal uso de los recursos, el maltrato a las familias, el engaño en política y otras cosas semejantes. El ser humano es responsable por los problemas terrenales y, reinstalado en sus funciones por Dios, se supone que sea el agente para su solución.
Sin embargo, los seres humanos sólo pueden convertirse en tales agentes por medio de la soberana sabiduría de Dios, Su poder, y Sus recursos; en otras palabras, deben sacar fuerzas del “Reino de Dios”. Así, como la caída y el pecado humano en el huerto del Edén dañaron la posible asociación entre el Creador y sus herederos en este planeta, la redención heredada de Jesucristo ha puesto en marcha la recuperación.
Los redimidos como usted y yo, podemos, renovados por Jesucristo, asociarnos con nuestro creador, y de esa manera participar decisivamente en el restablecimiento del gobierno divino sobre las situaciones y circunstancias terrenales. Pero esto sólo es posible bajo el orden divino, dentro del plan de la redención, bajo la gracia y a través de la recepción humana del poder divino por medio del Espíritu de Dios. No existe otra manera.
La Redención, así entendida, es el perdón de los pecados, y supone la reconciliación con Dios para aquellos que alcanzan la vida eterna. Dice la Biblia al respecto: “En Cristo, tenemos redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados”.
Efesios 1:3-7
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de Su voluntad, para alabanza de la gloria de Su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por Su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de Su gracia”.
Después de leer este pasaje Bíblico, solo podemos adorar a Dios y decir, “Gloria a nuestro Padre Celestial”.
Dios los guarde y los proteja siempre.
Pastor Kike Escobar (WMF)
Fundación ONG
Unidad Internacional de Oración (UIO)
Restoration Church UK
www.kikeescobar.com
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