1 Samuel 30:9-15
“David partió con sus seiscientos hombres hasta llegar al arroyo de Besor. Allí se quedaron rezagados doscientos hombres que estaban demasiado cansados para cruzar el arroyo. Así que David continuó la persecución con los cuatrocientos hombres restantes.
Los hombres de David se encontraron en el campo con un egipcio, y se lo llevaron a David. Le dieron de comer y de beber, y le ofrecieron una torta de higo y dos tortas de uvas pasas, pues hacía tres días y tres noches que no había comido nada. En cuanto el egipcio comió, recobró las fuerzas. ¿A quién perteneces? Le preguntó David. ¿De dónde vienes? Soy egipcio, le respondió, esclavo de un amalecita. Hace tres días caí enfermo, y mi amo me abandonó.
Habíamos invadido la región sur de los quereteos, de Judá y de Caleb; también incendiamos Siclag. Guíanos adonde están esos bandidos, le dijo David. Júreme usted por Dio, suplicó el egipcio, que no me matará ni me entregará a mi amo. Con esa condición, lo llevo adonde está la banda”.
El torrente o arroyo de Besor, quedaba a 20-25 kilómetros al sudoeste de Siclag; esta distancia se añade a los 80 kilómetros que habían tenido que viajar desde Afec, tierra de los filisteos. Como la ciudad había sido quemada, tuvieron que abandonarla con pocas o ningunas provisiones. Era natural que los 200 hombres estuviesen agotados.
Esta era una gran prueba de fe para David: ¿Podía seguir adelante, confiado únicamente en la palabra de Dios, cuando tantos de sus hombres se le habían quedado atrás desfallecidos? Cuando nos hallemos decepcionados y desalentados en las esperanzas que hayamos puesto en las causas segundas, sigamos adelante con buen ánimo, y confiemos en el poder de Dios, pues así se le da gloria, “creyendo en esperanza contra esperanza” como lo hizo Abraham (Romanos 4:18).
Esto también fue una gran prueba de la delicadeza de David hacia sus hombres, ya que no les urgió a seguirle sacando fuerzas de su flaqueza o cansancio, aun cuando el caso era grave y urgente. De esta manera es como Dios nos muestra la compasión del Padre, “Porque Él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo” (Salmo 103:14). No todos los seguidores de Cristo tienen el mismo vigor en sus empresas y conflictos espirituales, pero, cuando somos débiles, Él es compasivo; más aún, Él es fuerte. “Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”. (2 Corintios 12:9, 10).
La Providencia divina les puso en el camino un pobre y malogrado joven egipcio que les dio información de los movimientos de los enemigos y les sirvió de guía para los movimientos de ellos. Después de haber servido fielmente a su señor, este le había abandonado porque estaba enfermo, dejándole que se muriera en pleno campo. Justamente se sirvió la Providencia de Dios de este pobre siervo, tan maltratado de su amo, como instrumento para la destrucción de todo el ejército de los amalecitas y, entre ellos, de su propio amo.
Es maravilloso ver la compasión que tuvo David de él. Aunque tenía motivos para sospechar que este hombre fuese uno de los que habían intervenido en la destrucción de Siclag, al hallarle, no obstante, en este apuro, le asistió generosamente, le dio, no solo pan y agua, sino también higos y pasas. A pesar de que los israelitas tenían prisa y no llevaban muchos víveres, no quisieron abandonarle, sino que se apresuraron a salvar al que estaba en peligro de muerte.
Fue muy importante la información que recibió David de este pobre egipcio, tan pronto como se recobró de su extrema debilidad, le relató, como sucedieron los hechos, también en cuanto a los de su propio bando: Lo que habían hecho y adónde se habían marchado los demás. El egipcio prometió a David informarle de ello bajo condición de que no le mataría ni le entregaría en manos de su amo, el cual si se enteraba de su paradero, añadiría nuevas crueldades a las anteriores (al menos, así lo pensaba él). Tan alta opinión tenía este pobre egipcio de lo sagrado de un juramento, que no deseaba para su vida mayor seguridad que esta: “Júrame por Dios”; no por los nombres de los dioses de Egipto ni de Amalec, sino por el Dios supremo, vivo y verdadero.
Los amalecitas dejaron cruelmente a este esclavo para que muriera, pero Dios lo usó para guiar a David y a sus hombres al campamento amalecita. David y sus hombres trataron al joven con bondad y él respondió a esta bondad guiándolos al enemigo. Trate a los que encuentre con respeto y dignidad sin importar cuán insignificantes parezcan ser. Nunca sabrá cómo Dios los utilizará para ayudarlo o para perseguirlo, dependiendo de cómo les responda.
Dios los guarde y los proteja siempre.
Pastor Kike Escobar (WMF)
Unidad Internacional de Oración (UIO)
Restoration Church UK
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