Hechos 7:37-53
“Moisés mismo le dijo al pueblo de Israel: Dios les levantará un Profeta como yo de entre su propio pueblo. Moisés estuvo con nuestros antepasados, la asamblea del pueblo de Dios en el desierto, cuando el ángel le habló en el monte Sinaí. Y allí Moisés recibió palabras que dan vida para transmitirlas a nosotros. Pero nuestros antepasados se negaron a escuchar a Moisés. Lo rechazaron y quisieron volver a Egipto.
Le dijeron a Aarón: Haznos unos dioses que puedan guiarnos, porque no sabemos qué le ha pasado a este Moisés, quien nos sacó de Egipto. De manera que, hicieron un ídolo en forma de becerro, le ofrecieron sacrificios y festejaron ese objeto que habían hecho. Entonces Dios se apartó de ellos y los abandonó, ¡para que sirvieran a las estrellas del cielo como sus dioses! En el libro de los profetas está escrito: “Israel, ¿acaso era a mí a quien traías sacrificios y ofrendas durante esos cuarenta años en el desierto? No, tú llevaste a tus propios dioses paganos, el santuario de Moloc, la estrella de tu dios Refán y las imágenes que hiciste a fin de rendirles culto. Por eso te mandaré al destierro, tan lejos como Babilonia.
Nuestros antepasados llevaron el tabernáculo con ellos a través del desierto. Lo construyeron según el plan que Dios le había mostrado a Moisés. Años después, cuando Josué dirigió a nuestros antepasados en las batallas contra las naciones que Dios expulsó de esta tierra, el tabernáculo fue llevado con ellos al nuevo territorio. Y permaneció allí hasta los tiempos del rey David. David obtuvo el favor de Dios y pidió tener el privilegio de construir un templo permanente para el Dios de Jacob. Pero, en realidad, fue Salomón quien lo construyó. Sin embargo, el Altísimo no vive en templos hechos por manos humanas. Como dice el profeta: “El cielo es mi trono y la tierra es el estrado de mis pies”. ¿Podrían acaso construirme un templo tan bueno como ése? pregunta El Señor. ¿Podrían construirme un lugar de descanso así? ¿Acaso no fueron mis manos las que hicieron el cielo y la tierra?
¡Pueblo terco! Ustedes son paganos de corazón y sordos a la verdad. ¿Se resistirán para siempre al Espíritu Santo? Eso es lo que hicieron sus antepasados, ¡y ustedes también! ¡Mencionen a un profeta a quien sus antepasados no hayan perseguido! Hasta mataron a los que predijeron la venida del Justo, el Mesías a quien ustedes traicionaron y asesinaron. Deliberadamente desobedecieron la ley de Dios, a pesar de que la recibieron de manos de ángeles”.
La defensa de Esteban se va acelerando. Todo el tiempo no ha hecho más que condenar por implicación la actitud de los judíos; pero ahora hace más explícita esa condenación. En la parte final de su defensa, Esteban entreteje varios hilos de pensamiento: Insiste en la desobediencia continua del pueblo de Dios. En los días de Moisés se rebelaron haciendo el becerro de oro. En el tiempo del profeta Amós se volvían con el corazón a Moloc y a los ídolos de las estrellas.
A Esteban lo acusaron de hablar en contra del templo. A pesar de reconocer la importancia del mismo, sabía que no era más importante que Dios. Dios no está limitado; Él no vive solo en un santuario, sino donde haya corazones de fe dispuestos a recibirle. Salomón lo supo cuando oró en la dedicación del templo. Dios quiere vivir en nosotros. ¿Vive El en usted?
Isaías 66:1-2
“Esto dice El Señor: “El cielo es mi trono y la tierra es el estrado de mis pies”. ¿Podrían acaso construirme un templo tan bueno como ése? ¿Podrían construirme un lugar de descanso así? Con mis manos hice tanto el cielo como la tierra; son míos, con todo lo que hay en ellos. ¡Yo, El Señor, he hablado! “Bendeciré a los que tienen un corazón humilde y arrepentido, a los que tiemblan ante mi palabra”.
Incluso el bello templo de Jerusalén era lamentablemente inadecuado para un Dios que está presente en todas partes. A Dios no se le puede confinar a ninguna estructura humana. Dios levantará al humilde, juzgará a todas las personas, destruirá al malvado, reunirá a todos los creyentes y establecerá un nuevo cielo y una nueva tierra. Permita usted que esta esperanza lo aliente cada día.
Se contrastan dos formas de vida: la de los humildes que reverencian profundamente los mensajes de Dios y su aplicación a la vida, y la de quienes deciden sus propios caminos, los rebeldes y desobedientes. Los sacrificios del arrogante son solo obediencia externa. En sus corazones eran asesinos, pervertidos e idólatras. Dios muestra misericordia al humilde, pero maldice al soberbio y autosuficiente. Nuestra sociedad nos insta a ser enérgicos y a apoyarnos en nosotros mismos. Necesitamos tener cuidado de que la libertad y el libre albedrío no nos desvíen del camino de Dios.
Hay siempre dentro de nuestro corazón algo que resiste al Espíritu Santo, pero en el corazón de los elegidos esa resistencia es vencida y, tras una lucha más o menos larga, se establece en el corazón el trono de Cristo. Ellos recibían ahora el Evangelio, no por disposición de ángeles, sino del Espíritu Santo, y también a éste le resistían negándose a recibir el Evangelio. No querían congeniar con Dios de ninguna de las maneras.
El ritualismo no nos coloca en una buena posición ante Dios. Un cambio de corazón a través del nuevo nacimiento y de un andar en los caminos de la fe son las señales reales de una verdadera relación con Dios.
Feliz día, Dios los guarde y los proteja siempre.
Un abrazo.
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