1 Samuel 22:20-23
“Sin embargo, un hijo de Ajimélec, llamado Abiatar, logró escapar y huyó hasta encontrarse con David. Cuando le informó que Saúl había matado a los sacerdotes del Señor, David le respondió: Ya desde aquel día, cuando vi a Doeg en Nob, sabía yo que él le avisaría a Saúl. Yo tengo la culpa de que hayan muerto todos tus parientes. Pero no tengas miedo. Quédate conmigo, que aquí estarás a salvo. Quien quiera matarte tendrá que matarme a mí”.
Abiatar escapó y huyó tras David con el efod, una prenda sacerdotal que contenía el Urim y el Tumim, dos objetos que David utilizó para consultar a Dios. El efod fue quizás el único símbolo del sacerdocio que sobrevivió la redada de Saúl y logró llegar hasta el campamento de David. Saúl destruyó el sacerdocio de Israel, sin embargo, cuando David subió al trono, instaló a Abiatar como sumo sacerdote. Abiatar permaneció en ese puesto durante todo el reinado de David.
Abiatar quiere decir “padre de abundancia” en hebreo. Este hijo del sacerdote Ajimelec escapa y encuentra a David con quien se queda. A pesar de esta grata invitación brindada a Abiatar, en su vejez él apoya a Adonías el hermano de Salomón y fue desterrado por este al asumir el mando.
Cabe también decir en este devocional que la profecía del profeta Samuel sobre Elí en 1 Samuel 2:30-33, se va cumpliendo con la matanza de los sacerdotes descendientes de Elí y con la transferencia del sacerdocio en tiempos de Salomón.
“Por cuanto has hecho esto, de ninguna manera permitiré que tus parientes me sirvan, aun cuando yo había prometido que toda tu familia, tanto tus antepasados como tus descendientes, me servirían siempre. Yo, el Señor, Dios de Israel, lo afirmo. Yo honro a los que me honran, y humillo a los que me desprecian. En efecto, se acerca el día en que acabaré con tu poder y con el de tu familia; ninguno de tus descendientes llegará a viejo. Mirarás con envidia el bien que se le hará a Israel, y ninguno de tus descendientes llegará a viejo. Si permito que alguno de los tuyos continúe sirviendo en mi altar, será para empañarte de lágrimas los ojos y abatirte el alma; todos tus descendientes morirán en la flor de la vida”.
Todo esto hubiera sido evitado por la fidelidad y obediencia del sacerdote Elí. Pero Dios visita la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación (Éxodo 34:7). ¡Cuán terrible es el pecado! ¡Cuán lejos van extendiéndose las consecuencias de su error! Solo la sangre de Jesucristo es suficiente para limpiarnos de todo pecado y restaurarnos a una posición de favor delante de Dios.
Es notable que David admite responsabilidad por la matanza de los sacerdotes. Solamente una persona sicológicamente honesta puede hacer una declaración como esta. No quiere decir necesariamente que tal persona sea buena, no obstante, significa que tiene la valentía de confrontar la realidad y confesar su existencia.
La honestidad es la base para todas las demás virtudes. Sin esta clase de honestidad nunca superaremos nuestras actitudes egocéntricas. Aquí, una vez más, se ve la gran diferencia entre David y Saúl. El rey Saúl no trataba con honestidad la realidad de las circunstancias y negaba su culpabilidad, mientras que David, sí.
Tenía ahora David, no solamente un profeta, sino también un sacerdote consigo, un sumo sacerdote, para quienes él era una bendición, así como lo eran ellos para él, y ambos eran feliz presagio de sus futuros éxitos. La unción profética y sacerdotal, es clave para el éxito de un ministerio.
Dios los guarde y los proteja siempre.
Pastor Kike Escobar (WMF)
Unidad Internacional de Oración (UIO)
Restoration Church UK
www.kikeescobar.com
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