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Foto del escritorPs. Kike Escobar

Un solo corazón y una sola alma

Hechos 4:32-37

Todos los creyentes estaban unidos de corazón y en espíritu. Consideraban que sus posesiones no eran propias, así que compartían todo lo que tenían. Los apóstoles daban testimonio con poder de la resurrección del Señor Jesús y la gran bendición de Dios estaba sobre todos ellos.

No había necesitados entre ellos, porque los que tenían terrenos o casas los vendían y llevaban el dinero a los apóstoles para que ellos lo dieran a los que pasaban necesidad.

Por ejemplo, había un tal José, a quien los apóstoles le pusieron el sobrenombre Bernabé (que quiere decir “el que consuela a otros”). Él pertenecía a la tribu de Leví y era oriundo de la isla de Chipre. Vendió un campo que tenía y llevó el dinero a los apóstoles”.

Vemos aquí cuán entrañablemente se amaban los discípulos de Jesús unos a otros. Dice la letra en la versión original: “El corazón y el alma de la multitud de los que habían creído era uno solo”. Observemos, pues, que los creyentes formaban una gran multitud. Sabemos que, sólo en Jerusalén, se habían convertido 3.000 en un día, y otros 2.000 en otro día, sin contar las mujeres y los que iban siendo añadidos cada día a la Iglesia. Aunque eran muchos y de diversas edades, condiciones y cualidades naturales y espirituales, tenían un solo corazón (el mismo amor, los mismos criterios, las mismas inclinaciones) y una sola alma (los mismos afectos y sentimientos). ¡Quién nos diera que así fuesen las iglesias actuales! La comunidad de bienes que a continuación se nos refiere era consecuencia normal del mutuo amor.

En estos versículos se produce un cambio que es característico del Cristianismo. Todo se estaba moviendo en la atmósfera más exaltada: se pensaba en Dios, se pedía el Espíritu Santo, se citaban pasajes maravillosos del Antiguo Testamento. Pero por mucho que aquellos primeros cristianos tuvieran momentos de gran elevación, jamás se olvidaban de que algunos no tenían lo necesario y todos tenían que ayudar. La oración y el testimonio del Evangelio eran supremamente importantes; pero su culminación era el amor entre los hermanos.

La iglesia primitiva tuvo la capacidad de compartir posesiones y propiedades como resultado de la unidad que les dio el Espíritu Santo, obrando en las vidas de los creyentes y por medio de ellos. Esto es diferente al comunismo porque fue algo voluntario; no involucró todas las propiedades privadas, sino solo lo que se necesitaba. No fue un requisito para ser miembro de la iglesia. La unidad espiritual y generosidad de estos primeros creyentes atrajo a otros. Esta forma de organización no es un mandato bíblico, pero sí ofrece principios vitales que podemos seguir.

No compartían porque se les impusiera, sino espontáneamente. Una comunidad no es realmente cristiana cuando hay una ley que obliga a compartir, sino cuando el compartir es algo que sale del corazón.

“Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús”, pues ésta es la prueba decisiva que el Señor había propuesto para demostrar que Jesucristo era El Mesías. Ese “gran poder” del que aquí se nos habla incluía vigor, valentía, resolución por parte de ellos; eficacia, tremendo impacto en los oyentes; señales exteriores, de parte de Dios.

La hermosura de la gracia de Dios brillaba sobre toda la congregación. “Abundante gracia había sobre todos ellos”. El Señor derramaba abundante gracia sobre todos ellos, pues los frutos eran evidentes. Sin duda gozaban del respeto del pueblo, pero no es el favor del pueblo el que aquí se menciona, sino el de Dios.

Esta nueva comunidad cristiana era muy generosos con los necesitados. No estaban apegados a sus posesiones, defecto común de la humanidad que hasta en los niños más pequeños se echa de ver. No arrojaban de sí lo que poseían, pero tampoco se apegaban a ello. No lo llamaban suyo propio porque, de corazón, ya lo tenían todo abandonado por Cristo. Lo único verdaderamente propio de cada uno de nosotros es el pecado. Por eso estaban tan bien dispuestos a desprenderse de todo en favor de los necesitados. Los que tenían grandes posesiones no pensaban en acumularlas, sino en repartirlas.

El gran motivo de todas las riñas y guerras es apegarse a lo propio y codiciar lo ajeno. Al tenerlo todo en común, no había entre ellos ningún necesitado, lo cual, si no es exageración, habrá que entenderlo, porque desde los primeros días de la Iglesia siempre, hubo pobres en la iglesia de Jerusalén. Igualmente se nos dice que todos los que poseían heredades o casas las vendían y traían el precio de lo vendido poniéndolo a disposición de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad.

Cuán importante es como hermanos en la fe estar en unidad, “un solo corazón y una sola alma”. Es evidente que la iglesia actual dista mucho de esta clase de unidad, predomina más el egoísmo y los intereses personales que la necesidad del otro, por lo tanto, es entendible porque la iglesia primitiva crecía tanto, todos empujaban para el mismo lado y la Iglesia avanzaba, gloria a Dios.

Feliz día, Dios los guarde y los proteja siempre.

Un abrazo.

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